9 de marzo de 2010

"Tristes guerras si no es amor la empresa. Tristes, tristes, tristes armas si no son las palabras... Tristes, tristes, tristes hombres si no mueren de amores... Tristes, tristes..."

Qué difícil me resulta comprender ciertas cosas.
Algunas veces te quiero estrangular, otras me muero por abrazarte.

¿Para qué pedir perdón cuando no estamos arrepentidos de lo que hicimos? ¿Por qué disculparnos cuando sabemos que volveríamos a hacerlo si se dieran las circunstancias?
¿Para qué perdonamos lo que luego vamos a reprochar una y otra vez? Es fácil aceptar las disculpas, pero no es tan simple borrar los resentimientos y guardarnos los reproches.
No creo que esté bien perdonar ni disculparnos cuando no lo sentimos, pero no por eso hay que callarnos, y dejar que el tiempo lo cure todo, ya que eso nunca va a ocurrir; el tiempo sólo hace madurar las cosas, pero no las arregla ni soluciona los problemas. La única forma que tenemos de hacerlo, es usar las palabras. No cualquiera es capaz de sostener una conversación coherente para solucionar los conflictos. La mejor táctica para manejar nuestra vida, y que ella no nos domine, es hablando y manifestando lo que pensamos y sentimos.
Aceptar nuestros errores es progresar, aprender de ellos nos ayuda a crecer y madurar.

Hacerse cargo de lo que alguna vez dijimos, hacerse responsable de lo que algún día hicimos. A eso le llamo madurar... A no tener miedo de reconocer nuestras equivocaciones.

Pero, ¿Alguna vez se pusieron a pensar en qué es lo que hace que temamos a las cosas que hace años hubiésemos hecho sin dudar? Cuando uno crece va tomando conciencia de muchas cosas que antes no veía, empieza a hacerse cargo de lo que dice y hace, comienza a asumir responsabilidades, y ésto muchas veces nos juega en contra... Perdemos el miedo a esas "criaturas sobrenaturales" a las que tanto temíamos, pero aparecen otros temores, entre ellos los del corazón que, creo yo, son los peores, y sólo uno mismo puede vencerlos, nadie más.

Si mañana me ves sonreir no creas que estoy feliz, ni tampoco pienses que estoy triste por lo que digo, es que mi sonrisa no es más que el reflejo de una conciencia tranquila.


Cecilia Noelia Zanoni.

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