Sus ojos brillantes y anaranjados
por el brillo del sol
que todavía asoma
alguno de sus brazos
desde el horizonte.
El sonido del río de fondo
sus labios hablando suave,
como el viento que acaricia
y despeina su pelo.
El atardecer en esos ojos incendiados
y el rostro cálido
teñido por el reflejo
mientras muere el sol,
en esos pocos minutos
hasta que el último rayo
se esconde a lo lejos.
Pero aún cuando el sol
atraviesa el horizonte
sus ojos se mantienen rojizos y brillantes,
y siempre que lo miro puedo ver
el atardecer en sus ojos.
Cecilia Noelia Zanoni
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